Tomamos camino y durante el trayecto, agradecemos la ventaja que es traer un pequeño vehículo con calefacción, pues afuera, la temperatura es bajo cero.
Solo la valiente vegetación se inmuta ante la cencellada que la cubre de blanco; decenas de curvas nos acompañas en ese trayecto, la vegetación boscosa es sustituida por cientos de enormes pinos de más de cien años, sin embargo, podemos notar las zonas deforestadas donde se han plantado pinos pequeños...el daño ya está hecho.
Se terminan los pinos y ante nosotros se abre un nuevo camino; el panorama cambia drásticamente.
Parece una nueva dimension; el ecosistema parece otro, unas pocas plantas se levantan de entre las rocas.
Pequeñas flores purpuras son las únicas que pueden romper con la monocromía de aquel paisaje que se vuelve cada vez más extenso más imponente, es imposible no tener un poco de miedo.
Las rocas son toscas, entre color marrón y negro tienen ciertos destellos que brillan al sol, es roca volcánica; y entonces nos damos cuenta que todo aquel panorama es el registro de lo que fue.
Entre más avanzamos hay secciones donde las rocas son enormes olas que sobrepasan los 5 metros; sólo el motor de nuestro pequeño vehículo, el canto de las aves entre flores purpuras rompen el sofocante silencio que se clava en nuestra mentes; nos obliga a doblegarnos y aceptar nuestra pequeña existencia.
En ciertos tramos del camino se vislumbran pequeños altares en honor de lo que se perdió y en celebración de lo que quedó; los pobladores más que nadie saben, que el respeto a la naturaleza nunca de debe perder.
Hemos llegado y la sección turística parece un lugar sencillo pero trabajando como reloj, los fogones ya están encendidos y el olor a café de olla le da pelea al frío que ya no parece tanto.
La calidez y atención de la gente está presente; entre los jacalitos se posan fotos de viejos periódicos con la noticia:
¡HERVÍA LA TIERRA!
Es inevitable, mi lado reporteril se emociona y piensa que aquel evento, hubiera sido un video genial para mi canal.
Bien; ha llegado el momento de escalar un poco, después de la instrucción nos damos cuenta que por nuestro vehículo no podremos llegar al volcán, así que éste es el instante que hay que disfrutar... allá vamos.
La escalada no es tan alta, pero si es amplia y seguimos los improvisados caminos, doy gracias a las mañanas de ejercicios matutinos que me preparan para estos momentos, no es fácil debo confesar, pero el miedo a caerse se esfuma inmediatamente cuando al alzar la mirada se posa frente a mí el único testigo que observó todo de principio a fin y que está ahí para recordamos la inmortalidad de nuestra existencia; está ahí como el único y gran luchador ante la grandeza e inmensidad de la naturaleza en una pelea que todavía no termina.
Parada frente aquella inmensidad es imposible no sentir humildad; y es extraño porque también puedes sentir libertad, te das cuenta que las luchas internas no significan nada.
Los destinos no son inamovibles.
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