* Claudica ante el Cártel de Sinaloa * Esgrime salvar vidas y deja libre al hijo del Chapo * Su obligación era preservar el estado de derecho * Romero Deschamps: el poder a base de terror * Morena: caricatura del PRI * Elección en el fraude * Tania, de panzazo * Vicky Rasgado: dos delegados * Marcelo: acusación en puerta
MUSSIO CARDENAS ARELLANO
Publicada en mussiocardenas.com
22 de octubre de 2019
De un palazo, Andrés Manuel vapuleó el avispero. Y la captura de Ovidio Guzmán, hijo del Chapo, arrasó a la 4T, detonando violencia, el fuego sicario, bloqueos y autos incendiados, el pánico y la muerte hasta doblegarlo, terminar reculando, cediendo, liberando al heredero del delincuente mayor. El narco lo arrodilló.
Escenario de guerra tras el palazo al avispero del Cártel de Sinaloa: 20 horas sonando el tableteo de las AK47, los matones con el arma en la mano, los rondines por todo Culiacán, un volteo usado como tanque con un francotirador con un rifle Barret calibre 50, el hallazgo de una Browning M-2, de uso exclusivo para el ejército de Estados Unidos, y el pánico que vivieron miles de culiches, la incertidumbre, el no saber si habría un mañana, si volverían vivos a su hogar.
Día de estruendo, el jueves 17, en que bastó una chispa y se cimbró Culiacán, el nicho del cártel que manejan y controlan los herederos de Joaquín Guzmán Aguilera, Ismael El Mayo Zambada y casi una decena de capos más, traficantes todos, asesinos todos, cazadores de seres humanos todos, el cártel protegido por Fox, Calderón y Peña Nieto, y ahora solapado por López Obrador.
Día de estruendo y contradicción, de palazos al avispero —la frase con que Andrés Manuel tanto solía fustigar a Felipe Calderón y que ahora se la tiene que soplar—, de certezas y mentiras, un golpe de autoridad y luego el repliegue, la aprehensión de Ovidio Guzmán López y horas después su liberación, el triunfo y la derrota, el trofeo y la humillación.
Por Ovidio, alias “El Ratón”, se incendió Culiacán. Por su vida, los sicarios tomaron calles, arrebataron e incendiaron autos, tiraron bala haciendo cantar las tronas y las “cuernos de chivo”.
Una vez aprehendido, cercado el domicilio por cerca de 800 integrantes del Cártel de Sinaloa, llegó la amenaza: o era liberado o habría una masacre, miles de inocentes asesinados.
De la zona habitacional donde residen familiares de militares fueron sustraídas mujeres y niños, llevados al sitio en que aparcaron pipas con combustible, amagados con hacerlos volar.
Y ahí se quebró la 4T.
Habría de esgrimir el presidente que ante la disyuntiva de retener a Ovidio Guzmán o salvar la vida de inocentes, se optó por capitular. Y lo liberó.
Claudicante, pues, postrado, Andrés Manuel capotea el huracán del caso Ovidio, la crítica por su omisión, por las horas ausente, su desconexión con el gabinete de seguridad, la superchería de la decisión moral, la vida de miles canjeadas por el hijo del Chapo Guzmán. Sucumbió a la extorsión.
Y entre la vorágine de las condenas y el escarnio, se abrió un frente aún peor: los destellos de vínculos con el crimen organizado.
Desde la una de la tarde del jueves 17 y en las horas que han seguido, va de traspié en traspié, inmerso en una crisis de la que no puede salir.
Se cuestiona el operativo, la irrupción de fuerzas federales en el domicilio en que se hallaba Ovidio Guzmán, el reducido número de elementos, la hora en que se efectuó —a plena luz del día, niños en las calles, actividad comercial, intenso tránsito vehicular—, subestimando la acción de los “halcones”, y careciendo de una orden de cateo.
Y cuando se generalizó la violencia y llegaron las amenazas, “El Ratón” quedó libre.
Lo maquille o no, Andrés Manuel pactó con el narco. Lo hizo cuando avaló —según su versión— la decisión del gabinete de seguridad de liberar a Ovidio Guzmán. O lo decidió él y para mitigar el impacto hizo responsable a su gabinete de seguridad, a Alfonso Durazo, al general Sandoval.
A la fecha son siete versiones oficiales sobre el caso Ovidio y no hay quien termine de explicar. Pasan por un patrullaje de rutina en la colonia Tres Ríos, tiroteados desde el sitio en que se encontraba el hijo del Chapo Guzmán, hasta la aceptación de que no era patrullaje sino un operativo para aprehenderlo; la falta de la orden de cateo; la detención que sí ocurrió y que luego desvirtuaron sosteniendo que formalmente no fue aprehendido.
Punto clave, culminante, el acuerdo que todo México vio y López Obrador se niega a reconocer.
Una vez que Ovidio Guzmán estuvo libre, el cártel cedió. Disipó la amenaza de asesinar a familiares de militares haciendo estallar las pipas cargadas con combustible. A eso se le llama acuerdo y el acuerdo lo trabó el gobierno de Andrés Manuel con el narco. Algo así como el Pacto de Culiacán. “AMLO acaba de hacer un pacto con el Diablo; ahora mandan los narcos”, dice a Proceso el ex jefe de la DEA, Jack Riley.
Política y socialmente los saldos son brutales. Se arruga el gobierno mientras el cártel se fortalece.
El error se agiganta cuando López Obrador, el secretario Durazo, el secretario de la Defensa, Luis Sandoval, el aparato de poder y la yihad pejista esgrimen que el pecado tiene algo de virtud.
Pontifica Andrés Manuel con la tesis de la paz, la no violencia, narcos que también son pueblo, el no reprimir, no generar una guerra contra el crimen organizado. “La narcoguerra no”, dice el Peje.
Pero la narcoguerra ya existe. Es la de los cárteles contra los cárteles, las masacres por el control de las plazas, la disputa por las rutas, los casi 30 mil homicidios dolosos en los 11 meses de la presidencia de López Obrador.
Su tesis es demencial y falaz. El instrumento del Estado para hacer valer el estado de derecho es la fuerza. Y la fuerza se aplica a través de la vía constitucional. Es la fuerza pública —militares, navales, cuerpos policíacos— la instancia final y contundente para que la ley se cumpla.
Al argumento de salvar vidas antes que levantar el trofeo de la aprehensión del hijo del Chapo, se suma la porra que aplaude sin saber. En el coro de las focas se repite el sermón del Mesías, el humanismo a modo, nada humano cuando habla de conservadores y fifís, de minoría rapaz.
Nada más falso. El riesgo y la amenaza se generó a partir de un operativo mal diseñado, torpe, pésimamente ejecutado que no calculó el riesgo para la población. “Operativo fallido”, le llamo el secretario Alfonso Durazo; “precipitado”, lo categorizó el general Luis Crescencio Sandoval.
AMLO finca su discurso en la moral y el humanismo, nada acorde con su vida de caudillo rebelde cuando auspiciaba la protesta violenta. Aduce preservar la vida de miles y pacta con narcos cuyo signo no es la moral; es el homicidio y el trasiego de drogas, los ejecutados y el daño a la salud, el secuestro y la extorsión, la corrupción y el lavado. El negocio de los narcos es negocio de muerte.
Pacta Andrés Manuel con los narcos esgrimiendo que salva vidas. Es su máscara, la del pacificador.
Espiritualmente está fine. Pero AMLO no es Dios, ni presbítero de altares, ni el Ayatola de Macuspana, ni el diácono de la paz. AMLO es presidente de México y tiene un deber constitucional: respetar y hacer respetar el estado de derecho. Y en Culiacán se torció.
Demeritado por el escándalo, esquivando la felpa del pueblo bueno, simulando que es feliz, feliz, feliz, ha visto reeditarse la hipótesis del vínculo con la familia narca y su protección.
Vuelve a escena la promesa de campaña de amnistiar a narcos menores, los foros por la paz en que sugería el perdón a delincuentes, su negativa a enviar militares a zonas donde el crimen organizado siembra terror —“también son pueblo”—, y ahora el pacto para liberar al hijo del Chapo.
Se recuerdan sus sentidas palabras al saberse de la cadena perpetua al líder del Cártel de Sinaloa en una corte de Estados Unidos, o el trato gentil a la madre y hermanas del capo, o la expedición de los pasaportes para que pudieran visitarlo en prisión, o su presencia en Badiraguato, Sinaloa, la cuna del Chapo, aclamado y aplaudido a rabiar.
Su secretario de Seguridad, Alfonso Durazo, acumula señalamientos graves. Siendo secretario particular del presidente Vicente Fox, recomendó al coordinador de giras, Nahum Acosta, acusado de ser oreja del narco. Y en la campaña de 2018, el periódico El Financiero acreditó la compra de un predio a Amado Carrillo Barragán, hijo de Amado Carrillo Fuentes, El Señor de los Cielos.
Todo un rosario de triquiñuelas. Y entre ellas una de efecto letal: teniendo a Ovidio Guzmán, lo dejaron ir. AMLO frustró la extradición a Estados Unidos, que lo reclama por narcotráfico.
Día fatal, el jueves 17. Ya saben los capos, sus operadores financieros, los herederos del Chapo, el Mayo Zambada; el Mencho, líder del Cártel Jalisco; El Marro, del Cártel Santa Rosa de Lima, los Golfos y los Zetas, que nade deben temer.
A cualquier orden de aprehensión se amaga con matar inocentes y el conjuro garantiza impunidad.
Día histórico, cuando el narco arrodilló al presidente.
Archivo muerto
Sátrapa sin escrúpulos, Carlos Romero Deschamps nació en el quinismo, abrevó en el salinismo y reventó con López Obrador. Deja el sindicato petrolero asediado por la Cuarta Transformación, denunciado por la disidencia sindical y cercado por la Unidad de Inteligencia Financiera de la Secretaría de Hacienda que va por él por las imputaciones de un descomunal enriquecimiento ilícito. Su renuncia a la dirigencia nacional del STPRM —Sindicato de Trabajadores Petroleros de la República Mexicana— se dio el miércoles 16. Lo sucede de manera interina Manuel Limón, su suplente y quien, junto con Ricardo Aldana Prieto, nativo de Poza Rica pero avecindado por muchos años en Coatzacoalcos, conformó con Romero Deschamps el grupo más poderoso en la mafia sindical petrolera. Recalcitrante quinista, Romero Deschamps forjó su cacicazgo en la Sección 34 con sede en Azcapotzalco, literalmente a punta de terror y violencia. Entre los líderes seccionales, se distinguía por el uso de grupos de choque, golpeadores profesionales que servían para mantenerlo en el poder. A la caída de Joaquín Hernández Galicia, el 10 de enero de 1989, se acoderó con Sebastián Guzmán Cabrera. Y en cuanto lo vio debilitarse y caer, emergió para apoderarse del STPRM y no soltarlo en 26 años, reeligiéndose de manera ilegal, violando estatutos, cobijado en el PRI y el PAN, en los grupos políticos a los que sirvió y que le permitieron enriquecerse saqueando al sindicato petrolero y medrando con los negocios que le prodigaban quienes manejaron a Petróleos Mexicanos en una espiral de infinita corrupción. Lo releva de manera interina Manuel Limón. En 90 días o antes, vendrá el desmantelamiento de la mafia petrolera. Se irán los líderes actuales. Serán barridos los Yuen, los Wade, los Kidnie, los Aldana, los Limón, los Toledo. Habrá una dirigencia afín a la 4T. Todo apunta a que el nuevo líder nacional será Miguel Arturo Flores, integrante de la Sección 1, quien años atrás, a riesgo de su vida, documentó las trapacerías de la mafia encabezada por Romero Deschamps y presentó las denuncias penales que sirvieron de base al presidente López Obrador para asestar el golpe final. Su renuncia, sin embargo, no basta. Por la corrupción, el saqueo, el atropello a la ley, la represión a la disidencia sindical, Romero Deschamps debe enfrentar a la justicia… Si a Morena no lo destruye el PRI-AN, lo harán los morenistas. Se injurian y se agreden, se imputan fraude, acarreo, uso de programas sociales a cambio de votos, intromisión del aparato de gobierno —el secretario de Gobierno de Veracruz, Eric Patrocinio Cisneros Burgos— y toda una gama de trastupijes que proyectan la elección de delegados a los congresos estatales de Morena como una grotesca caricatura del PRI. Vehículos del ayuntamiento de Coatzacoalcos, usados para transportar votantes, compra de votos —de 200 a 500 pesos—, padrón rasurado, candidatos infames, violencia y caos hasta la suspensión de la jornada electoral en decenas de distritos dentro y fuera de Veracruz. ¿Quién dijo que en los genes de López Obrador está el PRI que lo vio nacer políticamente, en el que creció, en el que llegó a ser dirigente en Tabasco, el que lo formó y al que terminó combatiendo? En los genes de Morena, por su actuar, sigue el PRI… Convulsa, la elección de Morena en Coatzacoalcos tuvo un ganador, y no es Rocío Nahle. Operando, Cristobal Peña corta oreja y rabo. Su hija, María Peña Alemán, va al Congreso estatal de Morena. Su compañero de formula, David Alemán, igual. Sería algo intrascendente de no reparar en un detalle: el profesor Cristobal Peña fue expulsado de Morena casi desde su fundación. Su hija permaneció en el partido de Andrés Manuel y él, operando entre las bases, con los amigos, le prodigó la mayoría de los votos —137 contra 108 de Minerva Falcón— para convertirse en delegada al Congreso estatal de Morena. Golpe seco a Rocío Nahle, secretaria de Energía del gobierno obradorista, cuyos grupos afines dedican más tiempo a la grilla y la tenebra, el ataque y la descalificación, el meme y el lodo, que a la operación política. ¿Cómo explicarle a Andrés Manuel que sintiéndose la reina de la milpa, el que se llevó la cosecha fue el profe Peña?… Tania Cruz, limitadísima y decepcionante, logró colar a Antonio Tadeo, periodista de profesión, actual operador de prensa de la diputada federal, con la mano negra de ex marcelistas. Por sí sola, Tania Cruz no concita ni el aplauso de su familia… Sin alardes ni ruido, Maribel Morales Trujillo y Benjamín Tecomal Rita ya son delegados al Congreso morenista en Veracruz. Son las cartas de la alcaldesa de Moloacán, Victoria Rasgado Pérez, quien traba acuerdos y suscribe alianzas con militantes de tres municipios —Agua Dulce, Nanchital y Coatzacoalcos— y se lleva dos espacios que otros, por soberbia, suponían que la elección la tenían ganada antes de competir… Si Marcelo Montiel no ha huido, ya es tiempo. Su expediente en Palacio Nacional se reactivó. Servirá para nutrir el caso Rosario Robles, la gestión del ex alcalde de Coatzacoalcos en la delegación de la Sedesol federal en Veracruz, el robo de los programas sociales, el encubrimiento a los operadores que disponían de recursos y las tretas que ya se han documentado en tres denuncias interpuestas por el hoy subsecretario de Gobernación, Alejandro Encinas; el ex senador panista Juan Bueno Torio, y el vocero del PRD en Coatzacoalcos, Alejandro Gutiérrez Cabrera. Días aciagos para Marcelo Montiel por si pretendía volver a ser presidente municipal…
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