Por Gina Domínguez
He guardado silencio durante casi tres años pero constato de nuevo que la perversión y ahora su miedo, no tienen límites.
Muchos me advirtieron sobre el comportamiento político de Alberto Silva. El propio Gobernador Duarte lo mencionó en varias ocasiones como el “amo de la perversidad”.
No es personal, se trata de salvar su pellejo, diría su amigo.
Desde el primer día de su arribo a Comunicación Social, Alberto Silva se dio a la tarea de desacreditar mi gestión, utilizó todos los medios a su alcance para ello. Me responsabilizó de decenas de agravios –a cual más falsos— a muchos medios de comunicación y a muchos comunicadores respetables.
Con la asunción del poder de Miguel Ángel Yunes Linares, se puso de moda el juego de la habitación del pánico; con fama bien ganada de ser implacable contra sus enemigos y alentado por un justo reclamo social el nuevo mandatario se convirtió en el actor principal de este distractor del terror: sabe jugarlo, disfruta hacerlo y siempre ha sido su principal arma política.
Cuán grande sería la sorpresa del entonces gobernador que los agentes migratorios norteamericanos les impidieron el paso, y además les confiscaron las visas a ambas familias.
Ahí supo Javier Duarte que era el principio de un final que nunca anticipó.
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